jueves, 25 de septiembre de 2008

El Renacimiento de la "U"

En la película 2001: Una Odisea del Espacio basada en la novela de ciencia-ficción de de Arthur C. Clarke, el autor describe una computadora sumamente sofisticada instalada en una nave interplanetaria que lleva a un grupo de astronautas en una misión hacia Jupiter, la computadora HAL 9000, la cual por sus sofisticadas capacidades podía sostener conversaciones inteligentes con los astronautas para ayudarlos en el éxito de su misión. HAL era, en efecto, una forma de vida cibernética creada por el hombre, un hito en el campo de la inteligencia artificial. Esta computadora, que debería de haber sido un poderoso auxiliar para la misión, una especie de “ángel de la Guarda”, termina convirtiéndose en el peor villano de la película matando uno por uno a los miembros de la tripulación hasta que sólo queda un único sobreviviente. La computadora en sí, al igual que el primer hombre Adán antes de su caída, era incapaz de obrar con malicia, ya que en su programación grabada en sus circuitos básicos (el equivalente de nuestras neuronas cerebrales) HAL había sido construída para “el procesamiento exacto de la información sin ocultamiento ni distorsión” entregando sus conocimientos, sus resultados y sus conclusiones sin distorsión ni alternaciones; había sido construída para hablar siempre con la verdad con sus interlocutores humanos sin ocultarles nada. Pero por cuestiones de seguridad, se había introducido en HAL una orden ejecutiva emanada de la Casa Blanca, la orden de que les ocultara a los tripulantes de la nave el verdadero propósito de la misión hasta que no llegara la nave a Júpiter. En esencia, se le había instruído a HAL para que mintiera, contradiciendo la naturaleza básica de su diseño y su propósito original. El tener que vivir en la mentira a la vez de tener que servir con honestidad a los tripulantes de la nave crea en HAL una severa “crisis de personalidad”, el equivalente cibernético de una paranoia humana producto de la contradicción lógica que estaba condenada a vivir. En cierto momento al hacer crisis este conflicto de directivas, HAL toma la decisión de matar a toda la tripulación, la única opción disponible que le permite obedecer sus instrucciones básicas a nivel de lenguaje de máquina de hablar siempre con la verdad y por otro lado cumplir al mismo tiempo con sus órdenes de no revelar el propósito de la misión, al no quedar ya nadie para ocultar el secreto tras matarlos a todos.

Resulta extraño ver cómo a veces la vida imita al arte.

La primera fatalidad espiritual en la creación de la organización ultrasecreta conocida como la “U” debió de haber sido el primer Sacerdote (¿Ramón Pérez Biramontes?) que le tomó el primer juramento de lealtad al primer iniciado recurriendo al uso de símbolos sacros para avalar algo que desde el principio estaba condenado a vivir en la mentira, en el engaño, en la simulación y en la traición, propósitos diametralmente contrarios a las enseñanzas de Jesús y de la Biblia, condenando al primer iniciado por el resto de su vida a a mentirle a todos inclusive a sus propios familiares y a actuar en la clandestindad con plena disposición para cometer actos que podían llegar al crimen. ¿Cómo conciliar esto con las enseñanzas de Jesucristo, el cual conminó a sus Apóstoles y a sus seguidores a dar siempre la cara sin ocultar la verdad? ¿Cómo conciliar ésto con las enseñanzas de la Biblia en lo que respecta a los mandamientos dados a Moisés en el Monte Sinaí? Por más que se intente reconciliar la verdad con la mentira, la honestidad con la simulación y el engaño, esto simple y sencillamente no es posible. Lo uno es el ámbito del Supremo Creador, lo otro es el ámbito del Diablo. Y una vez que alguien osa cruzar esta línea divisoria, el camino que sigue es cuesta abajo, emulando a la caída de Adán y a la corrupción de HAL, con esperanzas casi nulas de poder salir del bache. Por muy buenas que hayan sido las intenciones al recurrir a éste experimento de creación de la “U”, la crisis de identidad en los participantes no podía ser echada de lado, lo cual aplica también en la actualidad a todos aquellos que están juramentados en alguna sociedad secreta de ultraderecha, y eventualmente los que están metidos en algo como esto no sólo terminan convirtiéndose en mentirosos y simuladores llevando una doble vida. Terminan revistiéndose también de cinismo, creyendo encontrar de alguna manera todas las justificaciones éticas y morales para hacer lo que están haciendo, para lo cual procuran buscar y encontrar consuelo espiritual en otros sacerdotes que estén de acuerdo con ellos en su ideología extremista, arrastrándose todos juntos a la vorágine de la cual no podrán salir nunca más.

No queda absolutamente ninguna duda de que el Padre Ramón Pérez Biramontes se llevó consigo muchos secretos terribles a su tumba, entre ellos su muy posible involucramiento como “asesor espiritual” y “consejero” de quienes fundaron a la Universidad Autónoma de Guadalajara. Habiendo estado adscrito como Sacerdote precisamente en la ciudad de Guadalajara y habiendo fallecido en 1986, tuvo tiempo más que suficiente para estar “asesorando” a los fundadores de dicha universidad en la implementación de la organización secreta que tomaría las funciones que anteriormente estuvo ejercitando la “U”, y ciertamente tuvo tiempo más que suficiente para conocer a otro sacerdote importado de Argentina que era firme creyente de las teorías conspiratorias expuestas en Los Protocolos de los Sabios de Sión, Julio Meinvielle, cuyas prédicas antisemíticas condujeron directamente a la creación del terrible Movimiento Nacionalista Tacuara en Argentina que, al igual que Los Tecos en Guadalajara, empezó como un grupo estudiantil formado a finales del año 1957, el Grupo Tacuara de la Juventud Nacionalista. (Tomando en cuenta que los primeros Tecos hicieron su aparición en Guadalajara a principios de los años treinta, anticipándose por más de dos décadas a los Tacuaras en Argentina, es muy posible que el mismo Padre Julio Meinvielle haya tomado “prestada” de México la idea de una organización estudiantil clandestina cohesionada en torno al extremismo fascista llevándosela hasta Argentina para prohijar a través de terceras personas la creación de los Tacuaras; y de ser así entonces mucho del extremismo ultraderechista argentino vendría siendo una consecuencia directa de lo que estaba sucediendo en México a espaldas de la población e inclusive de la misma Iglesia Católica.) El principal problema que el Padre Ramón Pérez Biramontes hubiera tenido para habernos dejado aclarada en su totalidad la historia secreta de la “U” eran las actividades criminales en las que dicha organización hubiera incurrido “en defensa de la fé”, de lo cual quedan pocas dudas ya que si se llegó al extremo de haber organizado un comando suicida para llevar a cabo un magnicidio, ¿qué los detenía para ejecutar sin juicio previo a otros personajes de menor cuantía, actuando dicha organización secreta como Juez, Jurado y Verdugo? Y como cada uno de los iniciados había ingresado a la “U” con la promesa implícita de que su identidad y sus actividades criminales serían protegidas en la mayor de las confidencialidades y jamás serían reveladas a nadie, no le era posible al Padre Pérez Biramontes exponer todo lo que sucedió en nombre de la “U” aún después de haber terminado la Guerra Cristera sin obtener de antemano la autorización expresa para ello de TODOS sus miembros, lo cual se antoja imposible de lograr en el caso de gente que por su posición social privilegiada tuviera mucho que perder si acaso llegaran a conocerse las actividades criminales en las que la “U” haya estado involucrada; hacer tal cosa los hubiera obligado a presentarse ante la comisaría de policía más cercana confesándolo todo para ser sometidos posteriormente a un juicio público que los hubiera exhibido no como auténticos cristianos sino como buitres, verdaderos lobos con piel de oveja. Para el Padre Pérez Biramontes, el haber solapado la creación de una gran mentira de consecuencias funestas lo obligó a él mismo a vivir en la mentira y la simulación hasta el final de sus días ocultando secretos terribles que el pueblo de México tenía pleno derecho a conocer, secretos terribles que se llevó consigo a la tumba (no dejó ningún testamento ológrafo ni confesión pública alguna que revelase absolutamente nada acerca de las actividades clandestinas de la “U”). No se sabe si al momento de expirar este sacerdote haya quedado exánime en su lecho de muerte con un gran cargo de conciencia por haberse prestado a algo para lo cual jamás se debería de haber prestado.

Quiso el destino que al año siguiente de haber terminado la Guerra Cristera se llevaran a cabo las elecciones presidenciales en las cuales el candidato José Vasconcelos, el cual desarrolló una ambiciosa campaña electoral que despertó las ilusiones de muchos contando además con las simpatías de los grupos conservadores y ultra-conservadores de México, fué proclamado perdedor en unas elecciones marcadas por irregularidades tales que hasta la fecha muchos historiadores de renombre no dudan que el triunfador oficial, Pascual Ortiz Rubio, había sido impuesto por la vía del fraude electoral (los resultados oficiales arrojaron un 99 por ciento de los votos para Ortiz Rubio y un uno por ciento para Vasconcelos), lo cual le acarreó al gobierno federal un repudio todavía mayor de las clases conservadoras que siempre lo consideraron como un gobernante ilegítimo, no faltando aquellos que desde el Estado de Jalisco lo tildaron de ser el beneficiario de una imposición producto de “la gran conspiración judía masónica comunista”. Con su legitimidad fuertemente cuestionada por quienes habían respaldado a José Vasconcelos, Pascual Ortiz Rubio sufrió un atentado en contra de su vida, y al cabo de dos años fué substituído por Abelardo Rodríguez en lo que vino siendo un interinato, accediendo al poder no por la vía del voto popular sino por un procedimiento legislativo. Tras el descalabro Vasconcelista, paulatinamente los conservadores y ultraconservadores de Jalisco, incluyendo a la naciente casta de corte fascista, fueron cayendo en la cuenta de que no se les dejaría llegar jamás al poder en México por la vía de las urnas. Y si no les era posible arrebatarles el poder a los integrantes del entonces partido oficialista, entonces... ¿por qué no mejor infiltrarlos por dentro? Esta idea no era nada nueva, era precisamente una de las estrategias que seguramente la “U” habrá considerado y posiblemente hasta haya utilizado.

Así, mientras todo tipo de ideas raras se cocían en la ciudad de Guadalajara aprovechándose el pacto jamás formalizado por escrito de una tregua entre ambos bandos, en la Ciudad de México se gestó el primero de dos conflictos estudiantiles universitarios serios, el primero de los cuales hubo de ser encarado precisamente por el mismo político bajo el cual la Guerra Cristera llegó a su conclusión sin una victoria clara para ambos bandos, el Presidente Emilio Portes Gil. Para repasar los hechos en torno al primero de estos conflictos, a continuación citaremos textualmente un artículo elaborado por Carlos Monsiváis en noviembre del 2004, en donde tenemos expuesto el preludio a lo que sería otro segundo conflicto del cual derivaría eventualmente la fundación en Jalisco de la Universidad Autónoma de Guadalajara, la cual terminaría convirtiéndose en la sede central de la causa de la extrema derecha de México:

La Autonomía se incorpora a las siglas de la Universidad.

En 1929 lo que conmueve a los estudiantes es la candidatura de José Vasconcelos a la Presidencia de la República (Por estudiantes se entiende por lo común a la minoría activa que, por su impulso o por la inercia de los demás, representa a la totalidad). Luego de un desempeño notable en la Secretaría de Educación Pública, Vasconcelos encabeza un movimiento de “la Civilización” (Quetzalcóatl, el propio Vasconcelos) contra “la Barbarie” (los generales, y el Jefe Máximo Plutarco Elías Calles en particular). La vanguardia estudiantil, casi toda compuesta por estudiantes de Leyes, vuelve al vasconcelismo una causa vital, lo que en la ciudad relativamente pequeña le preocupa al gobierno del Presidente interino Emilio Portes Gil.

El rector Antonio Castro Leal aprueba el examen escrito en lugar de los tres exámenes orales a que se sujetaban los estudiantes de Derecho, y casi de inmediato el repudio estudiantil se expresa con manifestaciones y enfrentamientos con la policía. Portes Gil, molesto con la “franca indisciplina” y el rechazo de los acuerdos, y, sobre todo, a disgusto con el vasconcelismo de los líderes, recurre a la intimidación: “Todas las faltas, alteraciones del orden público o delitos que cometan los estudiantes huelguistas, quedarán sujetos a los reglamentos de policía y leyes penales”. El 5 de mayo se declara la huelga en Derecho, el día 7 se clausura la escuela por acuerdo presidencial con todo y grupo de bomberos que la ocupa. Surge la advertencia: si ese año no se abre la escuela sobre una base disciplinaria, en 1930 Leyes será suprimida invirtiéndose el presupuesto en escuelas politécnicas. Y los soldados reemplazan a los bomberos.

La huelga se extiende y abarca a casi todas las escuelas. En su pliego petitorio los estudiantes de Leyes reclaman:

1 - Renuncia del Secretario de Educación, del subsecretario, de todos los directores de las escuelas universitarias, de los de las secundarias 1 y 3, del Rector de la Universidad y los ceses del inspector de Policía y del Jefe de las Comisiones de Seguridad.

2 - Igualdad de votos en el Consejo Universitario.

3 - Autonomía Universitaria.

4 - El nombramiento del rector debe hacerlo el Presidente de la República a terna propuesta por el Consejo Universitario.

El 26 de mayo, en Veracruz, José Vasconcelos declara: “La actual huelga de estudiantes viene a demostrar la fuerza del poder que ejercen éstos en la opinión pública. Llama la atención, en primer lugar, que los estudiantes se solidaricen para defender sus derechos escolares contra la unificación de reconocimientos, porque los cuestionarios, y en general la forma en que se ha traducido el sistema, es una imitación de sistemas, ya caducos, de los Estados Unidos...” Poco después, Portes Gil sale al paso y les regala la autocrítica del régimen y la Autonomía:

Aunque no explícitamente formulado, el deseo de ustedes es el de ver su Universidad libre de la amenaza constante que para ella implica la ejecución, posiblemente arbitraria en muchas ocasiones, de acuerdos, sistemas y procedimientos que no han sufrido previamente la prueba de un análisis técnico y cuidadoso, hecho sin otra mira que el mejor servicio posible para los intereses culturales de la República. Para evitar ese mal, sólo hay un camino eficaz: el de establecer y mantener la autonomía universitaria. Al dar un paso tan trascendental, la dirección de la Universidad quedará libre y definitivamente en manos de sus miembros, maestros y alumnos; pero, junto con la libertad, alumnos y maestros deberán asumir cabalmente el peso de toda la responsabilidad que la gestión universitaria trae consigo.

El 4 de junio la Cámara de Diputados faculta al Ejecutivo para dictar la ley que crea la Universidad Nacional Autónoma. El secretario de Educación, licenciado Ezequiel Padilla, profetiza en el recinto parlamentario: “Lentamente los ensueños van realizándose, los hombres de la Revolución se habían opuesto a la Autonomía de la Casa de Estudios, por evitar que ésta cayera en manos enemigas, o en las de los protestantes, como temía el licenciado Luis Cabrera. Las clases intelectuales han estado divorciadas de los intereses del pueblo y de la Revolución”. Y humilla la modestia de los huelguistas: el Presidente quiso establecer el sistema de investigación, y poner en contacto al pueblo y al estudiante, pero al primer intento surgió el grito de rebeldía. Entonces el licenciado Portes Gil “frente a los estudiantes que pedían pequeñeces, propuso la autonomía de la Universidad”.

En rigor, en esta etapa la Autonomía sólo significa la capacidad para nombrar rector y directores de escuelas. Sin embargo, se obtiene el cambio de status de la Universidad: en el imaginario colectivo: ya no es sólo la institución que garantiza la formación de sus egresados, sino uno de los poderes de segunda fila de una República en cuya primera fila sólo se deja ver una persona. La liberación administrativa es el pregón de la modernidad académica, y por eso, en la Ley Orgánica de la UNAM promulgada el 10 de junio de 1929, se vaticina la independencia absoluta: “La Universidad seguirá siendo nacional, por lo tanto una institución de Estado que deberá irse convirtiendo con el tiempo en institución privada” [Subrayados de Carlos Monsiváis].

Al mismo tiempo, la promesa de libertad: “que (a la Universidad) se le entregará un subsidio, pero el gobierno ejercerá sobre la institución la vigilancia necesaria para salvaguardar la responsabilidad que implica el manejo de ese subsidios”. [Nuevos subrayados de Carlos Monsiváis] Aquí se fija uno de los problemas irresolubles de la Autonomía, la independencia académica se combina con la sujeción económica del Estado. La despedida del movimiento corre a cargo de su líder Alejandro Gómez Arias:

Hoy, jueves 11 de julio de 1929, después de sesenta y ocho días de huelga, el comité general de la misma cesa en sus funciones. Se da por terminado el movimiento y el directorio, por última vez, pide encarecidamente a todos los estudiantes de México hagan que la Universidad Autónoma que formamos con la revolución, nuestra sangre, nuestra huelga y nuestra palabra, viva cada día más fuerte, más pura y más mexicana.

La revolución aludida (la vasconcelista por venir) al triunfo del candidato del PNR se vuelve la Revolución, la única concebible, la marcada por la aplicación muy selectiva de la Constitución de 1917.

Es así como la Universidad Nacional de México se convirtió en la Universidad Nacional Autónoma de México. Esto ocurrió en 1929 cuando Emilio Portes Gil era Presidente de México, justo cuando la sangrienta Guerra Cristera se acercaba a su conclusión. Pero como ya se dijo, ésto fué tan solo un preludio para lo que habría de venir, no tanto en la Ciudad de México sino en la ciudad de Guadalajara, con amplias repercusiones a largo plazo para el futuro político del país.

Habiendo transcurrido apenas cuatro años desde que el conflicto armado conocido como la Guerra Cristera se diera por concluído, el gobierno federal, presidido por Abelardo Rodríguez que por el hecho de ser Masón se prestó admirablemente para apuntalar en las mentes de los nacientes fascistas jaliscienses la hipótesis de “la gran conspiración judía masónica comunista”, reformó el Artículo Tercero de la Constitución el 10 de octubre de 1934 para permitir la implantación en México de la educación socialista, una reforma con la cual se intentó imponer un sistema educativo que debería ser no sólo laico sino socialista, desprovisto por completo de nociones religiosas, un sistema educativo esencialmente materialista y ateo. El texto de la reforma propuesta por Abelardo Rodríguez en sí fue sumamente breve y conciso:

La educación que se imparta será socialista en sus orientaciones y tendencias pugnando porque desaparezcan prejuicios y dogmatismos religiosos y se cree la verdadera solidaridad humana sobre la base de una socialización progresiva de los medios de producción económica.

Una educación racionalista, materialista, con el libro “El Origen de las Especies” de Darwin substituyendo a la Biblia, un sistema educativo substituyendo a la fé por la razón, un sistema educativo en el que la religión de cualquier tipo no tenía cabida dentro de las aulas de clase, la prescripción de rezos dentro de las escuelas públicas. Como era de esperarse, muchos católicos, sobre todo aquellos católicos ultraconservadores que apenas hace unos cuantos años atrás habían depuesto las armas de la Guerra Cristera por órdenes directas dadas desde Roma, pusieron el grito en el cielo.

(Por cierto, en su portal Internet, la Universidad Autónoma de Guadalajara no se cansa de acusar con fines propagandísticos una aserción repetida una y mil veces por ellos de que con las modificaciones al Artículo Tercero Constitucional lo que el gobierno federal quería hacer realmente era implantar en México una enseñanza de corte marxista, como la que se estaba enseñando en Rusia, lo cual es falso. Esto lo podemos comprobar leyendo y releyendo cuidadosamente cuantas veces sea necesario el texto original de la modificación al Artículo Tercero Constitucional, en donde las palabras marxismo, comunismo, bolchevismo y otras por el mismo estilo están notoriamente ausentes. En ningún lado habla la propuesta sobre la implantación de una educación marxista o una educación comunista. Esto es una tergiversación deliberada hecha con todo dolo y mala fé para “encuadrar” todo lo que estaba sucediendo en relación a la reforma educativa en México dentro de la fantasía manejada por la naciente ultraderecha jalisciense, “la gran conspiración judía marxista masónica” inspirada ultimadamente en los apócrifos “Protocolos de los Sabios de Sión”, los cuales ya estaban en amplia circulación en la ciudad de Guadalajara en esos días, pese a que ya para ese entonces en Europa se había comprobado que los famosos Protocolos eran un vil fraude literario, quizá uno de los mayores fraudes literarios del siglo.)

El repudio a esta reforma educativa presentó dos facetas esencialmente diferentes dependiendo de la región del país en la cual se quería aplicar; estamos hablando de dos ópticas distintas, de dos puntos de vista diferentes para ver la misma cosa. En la Ciudad de México en donde la Guerra Cristera era vista por los capitalinos como un conflicto distante que se estaba llevando a cabo en la provincia en la región del Bajío, la reforma educativa impulsada por el Presidente Lázaro Cárdenas era vista como una injerencia directa del gobierno federal en lo que se consideraba el derecho a la libertad de cátedra bajo el cual todos los puntos de vista tanto de estudiantes como maestros merecían cabida dentro del ámbito educativo universitario sin excluír a nada ni a nadie. Bajo el liderazgo del Doctor Antonio Caso, dentro de la Universidad Nacional (predecesora de la UNAM) se emprendió una dura lucha en pro de la libertad de cátedra, con el comunista Vicente Lombardo Toledano encabezando el bando contrario que estaba a favor de la reforma educativa, lo cual tuvo su clímax en el terreno de las ideas con una serie de debates históricos que tuvieron lugar en septiembre de 1933 entre el líder del bando “idealista” Antonio Caso y líder del bando “materialista” Lombardo Toledano, los cuales fueron continuados en una serie de artículos que estuvieron apareciendo en EL UNIVERSAL (el consenso mayoritario en aquellos tiempos fue que el triunfador de dichos debates resultó ser el Doctor Antonio Caso).

Pero en la región del Bajío y especialmente en la ciudad de Guadalajara, con los cruentos eventos de la Guerra Cristera aún frescos en la mente de muchos la reforma educativa impulsada por el Presidente Cárdenas era vista desde una perspectiva completamente diferente. Lo que estaba sucediendo fue reinterpretado por la clase intelectual ultraconservadora de Jalisco como una nueva maniobra de la gran conspiración judía masónica comunista para apoderarse de las mentes de los jóvenes mexicanos logrando a través de las aulas lo que no habían podido obtener antes, durante, y después de la Guerra Cristera: la desaparición de la fé católica. Y para responder a esta supuesta “conspiración”, en Jalisco se tendría listo eventualmente un mecanismo “defensivo” para impedir el triunfo del “enemigo”: la reactivación de la U. En efecto, se trataría de responder a una conspiración con otra, excepto que mientras que una de ellas era en buena medida ficticia la otra era una terrible realidad dispuesta al uso libre e indiscriminado de armas tan terribles como el espionaje, la infiltración, la simulación, la traición, la perfidia y el asesinato. Después de todo, si “el enemigo” (en sus mentes paranoicas) lo estaba haciendo ya, ¿por qué no ellos?

En rigor de verdad, lo que sucedía en México en el Estado de Jalisco no era un fenómeno local, era parte de un fenómeno global. En España, esta confrontación de posiciones radicalizó ambos bandos convirtiendo a la izquierda en ultra-izquierda y a la derecha en ultra-derecha, detonando una sangrienta Guerra Civil en la que la intervención militar directa de la Alemania Nazi fue decisiva para darle el triunfo absoluto a la ultraderecha española entronizando al Generalísimo Francisco Franco como dictador vitalicio de la península ibérica.

Pero lo que estaba por ocurrir en México iba a ser algo sin parangón en el resto del mundo. La secrecía conspiratoria de la “U” sería reactivada de nuevo aunque en esta ocasión eventualmente tendría una sede física permanente de operaciones que cuando se creó la “U” no existía, la Universidad Autónoma de Guadalajara, desde la cual se empezarían a tender lazos de amistad y contactos estrechos con los regímenes fascistas europeos que se estaban consolidando en Europa. La “U” renacería de nuevo, pero ya no como la U Cristera, sino como una nueva organización, aunque reteniendo varias de las prácticas que se habían prohijado dentro de la “U”, tales como el concepto de una organización ultrasecreta operando dentro de otra organización también secreta, el uso de juramentos de lealtad para afianzar y comprometer férreamente las voluntades de los “iniciados”, el uso de símbolos religiosos para darle falsamente al juramento de lealtad la apariencia de validez ante los ojos de Dios, las reuniones en lugares secretos a los cuales había que dar alguna contraseña de entrada (por ejemplo, alguna serie de golpes en la puerta siguiendo cierto orden predeterminado) y sobre todo el requerimiento de la obediencia ciega y absoluta a una estructura en la cual ninguno de los militantes de base conocía las identidades de los jefes máximos de la organización.

Al concluír su gestión como Presidente Abelardo Rodríguez en 1934, ya no tuvo tiempo de tratar de hacer valer la reforma educativa por él impulsada. Esta tarea caería sobre su sucesor, el General Lázaro Cárdenas:





Es así como en 1934 el General Lázaro Cárdenas recién inaugurado como Presidente de México continuó con el desafortunado experimento que eventualmente a largo plazo tendría una repercusión seria para lo que está viviendo México en estos momentos. El intento de la implantación de la educación socialista en México a todos sus niveles invariablemente detonó el segundo conflicto serio que sacudió a la UNAM tras aquél conflicto de 1929 con el cual había obtenido su autonomía. De nueva cuenta, citamos directamente a Carlos Monsiváis para un recuento de este segundo conflicto:

La libertad de cátedra. La derrota del pensamiento único
La Autonomía como libertad de enseñanza
.

En 1933, en Veracruz, el Primer Congreso de Universitarios Mexicanos, asistido por rectores, directores, maestros y estudiantes de todo el país, también se define:

“Las universidades y los institutos de carácter universitario del país tienen el deber de orientar el pensamiento de la nación mexicana.”

“Siendo el problema de la producción y la distribución de la riqueza material, el más importante de los problemas de nuestra época, y dependiendo su resolución eficaz de la transformación del régimen social que le ha dado origen, las universidades y los intelectuales de tipo universitario de la nación mexicana, contribuirán por medio de la orientación de sus cátedras en el terreno estrictamente científico, a la sustitución del régimen capitalista, por un sistema que socialice los instrumentos y los medios de producción.”

El dictamen y el proyecto buscan corresponder a la educación socialista que al año siguiente se incorpora al Artículo Tercero de la Constitución. De golpe, se quiere transformar el tono académico, aún regido por el idioma de la jurisprudencia, por un lenguaje científico y filosófico que en la matriz formativa (el bachillerato) envíe el fanatismo al museo de las supersticiones, y vincule a los estudiantes con “los diversos fenómenos del Universo” y con “la enseñanza de la filosofía basada en la Naturaleza”. Aparece ya en este diseño el culto “marxista” a la Infraestructura: la historia enseñará “la evolución de las instituciones sociales dando preferencia al hecho económico como factor de la sociedad moderna”. A la Ética y su producción de normas, se le encomienda dirigirse “hacia el advenimiento de una sociedad sin clases, basada en posibilidades económicas y culturales semejantes para todos los hombres”.

Los pronunciamientos son muy sectarios pero el movimiento lo es aún más. Todo sucede al mismo tiempo: la influencia del marxismo y de la Revolución Soviética, la necesidad de contener el desbordamiento del nazifascismo y el presentimiento de la justicia social al alcance del voluntarismo. La toma del poder se desprenderá, es de suponerse, de la toma de conciencia que es asunto de método. Los que demandan la transformación de la UNAM, entonces la Universidad a secas, disponen de un caudillo, Vicente Lombardo Toledano, un miembro de la elite convertido al marxismo. El enemigo a vencer, asegura Lombardo, es la pedagogía capitalista, y sus frutos funestos:

“La libertad de cátedra ha servido simplemente para orientar al alumno hacia una finalidad política, en relación a las características del Estado burgués. El Estado no ha sido central frente a las contiendas de los trabajadores, sino que todo él, a través de sus órganos, ha servido a una sola clase, la clase capitalista; y la enseñanza en las escuelas oficiales no ha sido más que un vehículo para sustentar en la conciencia de los hombres el régimen que ha prevalecido...”

Aún impresiona el alegato de Lombardo, que utiliza hechos ciertos y propone soluciones drásticamente estalinistas. ¿A qué distancia se halla Lombardo de las tesis del partido generosamente único, y de la democracia que se perfecciona sin disidentes? Se parte del desdén por el mercadeo de alternativas: “con la libertad de cátedra, los alumnos reciben de sus profesores todas las opiniones y, naturalmente, opiniones contrarias y aun contradictorias.” Acto seguido, Lombardo lo niega “capacidad de discernir” a los alumnos del bachillerato, y amerita su alegato: “se trata de formarles un criterio y no se puede formar un criterio sin saber en qué consiste ese criterio.” Primero el dogma, y lo demás vendrá por añadidura.

Y don Vicente, sumergido en las aguas heladas del cálculo socialista, desdeña la transmisión así nomás de conocimientos y de orientaciones, algo difícil de aceptar al ser “evidente que de quince de ellas [las alternativas] ninguna es la verdadera”. Y la conclusión es tajante y quién quita si insostenible:

“Libertad de cátedra sí; pero no libertad de opinar a favor de lo que fue el pasado y menos aún en contra de las verdades presentes. En otros términos, libertad de cátedra sí, pero libertad para opinar de acuerdo con las realidades que vivimos y de acuerdo con la verdad futura...”

“¿Y nosotros queremos seguir discutiendo los valores eternos cuando hay miseria palpable, mugre evidente, mendigos desastrosos, masas que están urgiendo un remedio claro y contundente? ¿Seguirá la Universidad discutiendo todas las ideas, todos los principios, para ofrecer al alumno nada más que vacilación y dudas? No, la Universidad ya no debe educar para la duda ni en la duda, sino en la afirmación.”

Frente a la intemperancia de Lombardo, el filósofo Antonio Caso, un cristiano un tanto retórico (Cfr. la crítica que le hace Jorge Cuesta), tiene la razón. La precipitación de Lombardo sugiere una izquierda convulsa, ansiosa de imponer el pensamiento totalitario para conseguir que de allí surja la revolución socialista. En cambio, Caso es muy convincente:

“La Universidad de México es una comunidad cultural de investigación y enseñanza; por tanto, jamás preconizará oficialmente, como persona moral, credo alguno filosófico, social, artístico o científico. Cada catedrático expondrá libre e inviolablemente, sin más limitaciones que las que las leyes consignen, su opinión personal filosófica, científica, artística, social o religiosa. Como Institución de cultura, la Universidad de México, dentro de su personal criterio inalienable, tendrá el deber esencial de realizar su obra humana ayudando a la clase proletaria del país, en su obra de exaltación, dentro de los postulados de la justicia, pero sin preconizar una teoría económica circunscrita, porque las teorías son transitorias por su esencia, y el bien es los hombres es un valor eterno que la comunidad de los individuos ha de tender a conseguir por cuantos medios racionales se hallen a su alcance. La Universidad procurará de preferencia discutir y analizar, por medio de sus profesores y alumnos, los problemas que ocupen la atención pública, y cada individuo será responsable de las opiniones que sustente...”

“Señor Rector de la Universidad Nacional: si esto se aprueba, el profesor Caso deja de pertenecer a la Universidad. Os lo prometo de todo corazón, con toda mi alma.”

La polémica, dispersa en la leyenda de los que ya no se atreverían a leerla en su integridad, se prolonga en las páginas de El Universal, con ventaja notoria de Caso. De allí se traslada a las asambleas, se prodiga en disquisiciones interminables y se extingue luego de un paseo de Caso por todos los latifundios del Espíritu, y de la exhibición de precocidad estalinista de Lombardo, el derrotado. A la distancia, la importancia del debate se acrecienta. La libertad de cátedra es fundamental, lo que se verá en los años siguientes y por ejemplo en la Escuela de Economía con la andanada derechista contra los profesores marxistas. Antes de 1968 la izquierda universitaria es mínima y muy sectorial y sectaria, y ante la intemperancia (sustentada en el porrismo) de las autoridades conservadoras o francamente reaccionarias, la libertad de cátedra es un baluarte -y recuérdese si no lo que sucede en las universidades privadas con la severa vigilancia de los programas de estudio y los salones de clase. La mayoría de los estudiantes se oponen a Lombardo y a la “Reforma intelectual y moral” del régimen de la Revolución, en especial a Lázaro Cárdenas, pero luego, al instalarse el oportunismo como el ecosistema del ascenso, modifican su actitud. El presidente Manual Ávila Camacho quiere “recuperar a los intelectuales para la Revolución”, en su versión burocratizada desde luego. Lo consigue y, por lo común, sin problemas.

Históricamente hablando, el experimento socialista aplicado como cambio al modelo educativo iniciado por Abelardo Rodríguez y continuado por el General Cárdenas no pudo haber llegado en un peor momento para México. Las heridas profundas que había dejado la Guerra Cristera aún estaban allí, recientes, cuando apenas habían llegado a su fin las hostilidades en 1929, precisamente el mismo año en que en Nueva York el crack de la Bolsa de Valores terminó arrojando a la economía norteamericana y junto con ella al resto del mundo a una profunda depresión económica que detonó el descontento de la clase media y las clases privilegiadas alrededor del mundo, todo ello agravado en México al no habérsele permitido al candidato predilecto de las clases conservadoras y ultra-conservadoras de México ocupar la Presidencia. A tan solo cinco años después de estos acontecimientos, este experimento para implantar la educación socialista constituyó una provocación abierta y directa a las clases conservadoras de México, una afrenta que jamás le perdonarían.

En rigor de verdad, aunque el Presidente Lázaro Cárdenas fué acusado en su época por los ultraderechistas de todo México de querer convertir al país en un país comunista al estilo de la Unión Soviética (el antisemita guanajuatense Salvador Abascal, firme creyente en las teorías confabulatorias de “la gran conspiración judía masónica comunista” y padre fundador de la Unión Nacional Sinarquista le dedicó al General Cárdenas todo un libro titulado precisamente Lázaro Cárdenas, presidente comunista), el hecho es que la reforma educativa no iba tan lejos como el tratar de implantar el marxismo en México y mucho menos convertir al país en una dictadura vitalicia como la que empezaba a padecer Rusia bajo Stalin. De hecho, la reforma educativa del Presidente Cárdenas no estaba tan alejada del espíritu de las reformas educativas que se trataron de implantar en Alemania excepto por el hecho de que en cierta forma coartaba el pleno derecho a la liberta de cátedra, lo cuál fue tomado prontamente como bandera por los ultraconservadores de Guadalajara para acusar a dicha reforma como una parte integral del gran plan para la “conspiración judía masónica comunista” para adueñarse del mundo, explotando la histeria que ya de por sí padecían los católicos jaliscienses que le hacían caso a estas bizarras teorías.

Cubrir en detalle todo lo que sucedió en la ciudad de México con la intentona de implantar una educación de corte socialista desde las escuelas primarias hasta las universidades llevaría un libro, y no se tratará de reproducir aquí lo que se puede consultar en otras fuentes.

Y mientras en la Ciudad de México se llevaban a cabo los debates intensos entre intelectuales de la talla de Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano, en la ciudad de Guadalajara los conservadores y los ultraconservadores cada vez más curtidos en el nazi-fascismo y alentados con las noticias que estaban llegando de Europa acerca del ascenso y consolidación en el poder del dictador ultraderchista Adolfo Hitler, no estando dispuestos a aceptar la imposición del modelo socialista de enseñanza, se preparan para dar su batalla, la cual estalla cuando el Rector de la Universidad de Guadalajara (la cual tenía apenas ocho años de haber sido fundada en el mes de octubre de 1925), el Rector Enrique Díaz de León, decide aplicar las conclusiones del Congreso de Universitarios Mexicanos que acordó la aceptación de la educación socialista como obligatoria en todo el país. Fue así como el 23 de octubre de 1933 un grupo de estudiantes opuestos a la reforma educativa encabezados por Carlos Cuesta Gallardo y los hermanos Ángel y Antonio Leaño Álvarez del Castillo se alzaron en contra de la misma apoderándose del edificio de la universidad y proclamando una huelga general, enfrentándose no sólo al Rector sino al mismo Gobernador de Jalisco Sebastián Allende, tras lo cual dos días después los soldados del 34 Regimiento al mando del General Manuel Limón desalojaron a los estudiantes del edificio enviando a la cárcel a 42 jóvenes que sumados a los que ya estaban detenidos previamente totalizaron más de 200 arrestos. Tres días después de esto, el 28 de octubre a petición del Gobernador Allende, el Congreso Estatal emitió una ley clausurando la Universidad de Guadalajara, con lo cual la huelga quedó sin efecto.

La revuelta estudiantil que tuvo lugar en Guadalajara, lejos de ser un movimiento unánime opuesto a la implantación de la educación socialista, estuvo fisionada en dos grupos: aquellos que apoyaban la educación socialista y aquellos que se oponían a la misma. En el primer grupo había un grupo de estudiantes, el Frente de Estudiantes Revolucionarios, así como un grupo de maestros encabezados por el mismo creador de la Universidad de Guadalajara, el Licenciado José Guadalupe Zuno Hernández (quien la fundó el 12 de octubre de 1925 siendo Gobernador de Jalisco), Ignacio Jacobo Magaña (el cual ocupó el encargo de Secretario General de Gobierno del Estado de Jalisco del 1 de abril de 1932 al 28 de febrero de 1935) y Julio Acero Cruz, grupo en el cual tuvo una actuación destacada Natalio Vázquez Pallares, el fundador de la Federación de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO). Pero no es éste el grupo que nos preocupa, sino el segundo, porque este grupo estaba conformado por juniors de la clase ultraconservadora de Jalisco que en sus pláticas privadas entre sí de lo único que hablaban era de “la gran conspiración judía masónica comunista” y de cómo estaban comprometidos a “salvar” a México de esta supuesta amenaza.

Un mes después, tras llevarse a cabo la liberación de los estudiantes detenidos y en medio de una tensa calma, el 27 de noviembre de 1933 se anunció la reapertura de la universidad, lo cual debería ocurrir al inicio del siguiente año, el 2 de enero de 1934. Pero esto lo único que logró fue paliar un poco los síntomas del conflicto, no la causa fundamental que era la insistencia del gobierno federal por llevar a cabo la reforma educativa implantando la educación socialista en México.

Así, mientras que en otras partes como en la Ciudad de México la lucha que se estaba llevando a cabo en contra de las pretendidas reformas al Artículo Tercero Constitucional era una lucha por la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, una lucha en la que justamente se le demandaba al gobierno el respeto al carácter laico de la educación en México, en Guadalajara una cantidad creciente de individuos con familiares que habían tenido algún tipo de participación en la Guerra Cristera se estaba convenciendo de que su lucha era en realidad una lucha “en contra de la gran conspiración judía comunista masónica”. Así lo entendían, aunque no lo reconocieran abiertamente para no correr el riesgo de ser tildados como unos loquitos paranoicos. Esta es la parte de la historia que los fundadores de la Universidad Autónoma de Guadalajara han mutilado de su recuento oficial de las causas de su fundación. Esta histeria que los hacía ver judíos bolcheviques por doquier complotando para convertir a México en algo así como una confederación de “Estados Comunistas Mexicanos” explica la intransigencia y el obstinado fanatismo con el cual los estudiantes huelgistas en Guadalajara estaban llevando a cabo su lucha.

Al reabrirse la Universidad de Guadalajara el 24 de febrero de 1934 bajo un nuevo Rector, Manuel Ramón Alatorre Inguanzo, los conflictos estudiantiles regresaron con la reapertura de clases, máxime que las intenciones de introducir la educación socialista en la misma seguían en pie, y ya para entonces la oposición a la misma estaba coordinada por la Federación de Estudiantes de Jalisco (FEJ) cuyos principales directivos eran los mismos “agitadores” de siempre: Carlos Cuesta Gallardo quien fuera presidente de la FEJ en 1934 y 1935, Ángel Leaño Álvarez del Castillo quien fuera vicepresidente de la misma junto con su hermano Antonio quien fue otro también uno de los directivos, actuando en consonancia con Dionisio Fernández. La presión montada por la FEJ fue tal, que al Rector Alatorre Inguanzo no le quedó más remedio que renunciar a su cargo el 13 de octubre de 1934. Y, de nueva cuenta, tras la renuncia del Rector Inguanzo, al Gobernador Allende no le quedó más remedio que volver a clausurar la universidad.

El punto culminante, el clímax de los movimientos estudiantiles de protesta en Guadalajara, llegó el domingo 3 de marzo de 1935, apenas dos días después de que Everardo Topete Arcega hubiera entrado en funciones como Gobernador de Jalisco. Sin intención alguna de dejarse presionar como su antecesor y proclive al recurso del gran garrote, mostrando su falta de tacto y su inexperiencia en el difícil arte de la política, cuando creyó que en dicho mítin dominical las cosas se estaban saliendo fuera de control no vaciló en lanzar las fuerzas del orden público en contra de los manifestantes, creando una versión en pequeño de la represión estudiantil llevada a cabo en Tlatelolco en 1968. Como resultado de la refriega, hubo varias decenas de heridos y tres muertos: el Licenciado Salvador Torres González, el obrero José López y el campesino Crescenciano Nuñez. (Versiones no confirmadas de la época señalan que, con la excepción del Licenciado Salvador Torres González, los otros dos muertos no tenían absolutamente nada que ver con los movimientos estudiantiles de protesta, y supuestamente estaban en el mítin en calidad de mirones, tocándoles la mala suerte de estar en el lugar equivocado a la hora equivocada.) Los tres muertos serían elevados de inmediato a la categoría de mártires y eventualmente serían glorificados y ensalzados año tras año por aquellos que supieron aprovechar muy bien estas muertes con fines propagandísticos. Tras esta represión, el terreno estaba listo para la fundación de una universidad privada operando sin subsidio estatal, la cual empezó con el nombre de Universidad Autónoma de Occidente, el cual cambiaría tiempo después por el de Universidad Autónoma de Guadalajara. La universidad “oficial”, la Universidad de Guadalajara, no volvería a reabrir sus puertas sino hasta 1937, cuando su Rector Constantino Hernández Alvirde entró en funciones precisamente el mismo día en que se conmemora el aniversario de la Revolución Mexicana, el día 20 de noviembre. Tras la reapertura, se fundó en la universidad estatal la Federación de Estudiantes Socialistas de Occidente (FESO), cuyos integrantes mantuvieron una actitud de antagonismo constante con “la otra universidad”. Para enfrentar las provocaciones hechas por los estudiantes pertenecientes a la FESO, a los cuales veían como simples mercenarios al servicio de “la gran conspiración judía masónica comunista”, los creadores de la Universidad Autónoma de Occidente, los cuales junto con sus familiares estaban ampliamente familiarizados en tácticas de infiltración, simulación, traición, terrorismo y sabotaje -merced a las experiencias vividas durante la Guerra Cristera en sus enfrentamientos con el Ejército y funcionarios del gobierno federal- no tardaron en forjar una terrible organización secreta, cuyos miembros quedarían sometidos de por vida bajo un férreo juramento de lealtad, y los cuales se comunicarían entre sí a través de seudónimos, tal y como se había acostumbrado a hacerlo sobre todo entre los Cristeros que laboraban dentro de las dependencias públicas del gobierno federal y del gobierno estatal durante los tiempos de la persecución religiosa llevada a cabo a instancias del General Plutarco Elías Calles. Esta organización, lejos de ser disuelta al desaparecer con el paso del tiempo las circunstancias que dieron lugar a su creación, sería fortalecida, al darse cuenta los fundadores de la Universidad Autónoma de Occidente de que tenían en sus manos algo único, algo extraordinario que no se le había ocurrido a nadie, algo con lo cual podían extender sus influencias y su poderío más allá de las instalaciones en las cuales laboraba la comunidad universitaria, aunque al decidir hacer tal cosa terminaron forjando un pacto con el mismo Príncipe de las Tinieblas, el cual con el tiempo les habría de retribuír con enorme poder y riquezas materiales la conjura que habían empezado a echar a andar desde la Perla del Bajío.

Aunque en toda su propaganda la Autónoma de Guadalajara intenta cubrir sus primeros años de operaciones con aires de “heroicidad”, lo cierto es que desde el principio tenía muchas cosas a su favor. Por principio de cuentas, tenía el apoyo financiero de prominentes empresarios del Estado de Jalisco dispuestos a abrirles la cartera a estos individuos que se proclamaban a favor de la libre empresa -y a favor de los intereses económicos de los grandes empresarios que los apoyaban-. Además, al comenzar la UAG sus primeros años de operaciones, la Universidad de Guadalajara permanecía cerrada, de modo tal que los aspirantes a cursar una carrera profesional sólo tenían tres opciones: continuar con sus estudios en esta nueva universidad de carácter privado recién fundada en Guadalajara por estos individuos que se proclamaban en su superficie como devotos católicos, salirse del Estado hacia otro Estado para poder continuar con sus estudios, o dejar la carrera trunca. Esto por sí solo le garantizaba a la naciente UAG una amplia clientela. Y por si esto no bastase, tenía el atractivo cebo de que los estudios impartidos por la misma tendrían el pleno reconocimiento de la Universidad Nacional (hoy la UNAM). En esto los ayudó también un hecho fortuito del destino. Porque resulta que el fundador del Partido Acción Nacional, Manuel Gómez Morín, era precisamente el Rector de la Universidad Nacional cuando estallaron las protestas y los conflictos estudiantiles en Guadalajara con motivo de la pretendida modificación al Artículo Tercero Constitucional. Él fue precisamente quien se encargó de que los estudios universitarios impartidos por la nueva universidad en Guadalajara estuviesen plenamente acreditados por la UNAM, incorporando en efecto a la entonces Universidad Autónoma de Occidente a la UNAM a través de sus influencias con el Rector que lo sucedió en la UNAM, Fernando Ocaranza, favor que años después la UAG le pagaría a su benefactora y protectora enviándole agentes a la Ciudad de México con el fin de sembrar dentro de ella en los años sesenta las semillas necesarias para la fundación del grupo estudiantil universitario terrorista secreto de extrema derecha conocido como el MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación), inspirado totalmente en la propaganda neo-Nazi basada en el mito de “la gran conspiración judía masónica comunista”; tras lo cual, años después, le volvería a “pagar” el favor con Felipe Calderón recién instalado en el poder, movilizando a sus Tecos y Yunquistas en el Congreso de la Unión para tratar de decapitarle a la UNAM su presupuesto (después hablaremos un poco más sobre ésto). Y en lo que a Gómez Morín respecta, ya sabemos muy bien cómo le pagaron su ayuda, ya sabemos lo que terminaron haciéndole al partido político fundado por él, ya sabemos cómo terminaron inundándole su partido con Yunquistas y DHIACos infiltrados con toda la mala fé del mundo. Esta es la forma en la que esta clase de gente le paga a sus cómplices y benefactores.

En lo que toca a los motivos fundacionales de la Autónoma de Guadalajara, si bien la lucha se llevó a cabo en los años treinta bajo la bandera de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, en los hechos esa autonomía se convirtió en un pretexto para convertir las instalaciones universitarias en una zona de acceso restringido para las autoridades, una zona en la cual se podían llevar a cabo inclusive actividades ilícitas -crímenes, planeación de actos de sedición y sabotaje- sin que la policía pudiera entrar a las instalaciones para investigar dichos ilícitos a menos de que las mismas autoridades universitarias lo pidieran, algo que ciertamente no puede ocurrir cuando las mismas autoridades universitarias estén involucradas en la comisión de esos hechos ilícitos. En efecto, nació el precepto de la extraterritorialidad. Y así como en los años treinta se exigía libertad de cátedra para permitirle a los maestros la discusión de todo tipo de ideas, del mismo modo no hubo vacilación alguna en prohibirle a todos los maestros dentro de la escuela la discusión de cualquier cosa que pudiera estar relacionada con ideas propias de la izquierda, so pena de ser echado vergonzosamente a puntapiés, tal vez apaleado, y en el peor de los casos, “desaparecido”. Y si bien la protesta en los años treinta fue por la pretendida enseñanza obligatoria del socialismo en las universidades, los mismos que protestaron en contra de esta obligatoriedad no tuvieron empacho alguno en implantar en los círculos internos del estudiantado el aprendizaje de los materiales que empezaban a conformar otro tipo de socialismo que estaba teniendo un auge espectacular en Alemania: el nacional-socialismo, el Nazismo. Adaptado a la realidad mexicana, claro está.

El primer Rector de la Universidad Autónoma de Occidente fue Agustín Navarro Flores, aunque este individuo no era más que un frente, un recurso para dar la cara por otros, un sujeto al que podían quitar en cualquier momento. Cuando Navarro Flores dejó de prestar sus servicios en la UAG en 1956, quedó en su lugar Fernando Banda Iturrios (co-fundador de la UAG después de que fuera Rector de la Universidad de Guadalajara de 1926 a 1927), al cual también podían quitar en cualquier momento, aunque su fallecimiento en 1959 se encargó de jubilarlo de esta universidad que ya para entonces estaba terminando de consolidar sus actividades ultrasecretas relacionadas con la diseminación de sus ideologías de extrema derecha. Esos eran los tiempos de simulación en los que no había aún en la UAG rectorías vitalicias ni hereditarias. Si bien los fundadores de la Autónoma de Guadalajara, que gracias a ese reducto de fanatismo e intolerancia estaban destinados con el tiempo a beneficiarse económicamente a manos llenas convirtiéndose en empresarios acaudalados, en los años treinta estuvieron reclamando como estudiantes el pleno derecho para emprender una huelga universitaria en contra de algo que señalaban como injusto, ellos mismos en ningún momento estuvieron ni han estados dispuestos a tolerar disensión alguna dentro de las instalaciones universitarias de la UAG, negando terminantemente para otros lo que fanáticamente habían reclamado para ellos mismos. Jamás ha habido movimiento alguno de protesta estudiantil dentro de la UAG, y mucho menos una huelga estudiantil universitaria por la causa que sea. Para ello desde un principio han contado con algo que ni siquiera la Universidad de Guadalajara ha tenido jamás: una “policía estudiantil secreta” integrada por estudiantes “soplones” y matones cohesionados por el mismo fanatismo ultraderechista bajo el cual nació la Autónoma de Guadalajara, lo cual no ha cambiado en nada con el paso de los años. Lo único que ha cambiado es que han mejorado su juego para borrar sus huellas y desaparecer las evidencias que los delatan, pero todo, absolutamente todo lo que ha habido detrás de esta universidad desde que fue fundada ha sido una simulación de principio a fin, una simulación basada en la hipocresía, el fanatismo, la ambición, y la manipulación deliberada de la ignorancia y los temores del prójimo. No era posible esperar que gente de esta calaña tuviera la decencia de contenerse las ganas de extender su esfera de influencia hacia otros Estados con el fin de aumentar su poderío, y era solo cuestión de tiempo para que esto empezara a ocurrir.

Tras la derogación llevada a cabo por el Congreso de la Unión en el Artículo Tercero Constitucional del apartado relacionado con la impartición de una educación de corte socialista, la educación socialista que se había implantado en la Universidad de Guadalajara tras su reapertura en 1937 llegó a su fin pacíficamente cuando durante la gestión del Rector Luis Farah Mata se expidió una nueva Ley Orgánica el 23 de agosto de 1947 suprimiendo la educación socialista en la Universidad de Guadalajara y en todas las instituciones educativas incorporadas a la misma. En todo el tiempo que la educación socialista estuvo en vigor en el Estado de Jalisco, jamás evolucionó hacia una educación marxista como sus detractores alarmistas habían vaticinado que ocurriría. Del mismo modo, la Federación de Estudiantes Socialistas de Occidente también llegó a su fin, sin necesidad de que hubiera otra huelga y sin que se disparase una sola bala. Pero ya para entonces se había engendrado en Guadalajara un monstruo de proporciones inimaginables, el cual no se conformaría con quedar limitado a los ámbitos de la ciudad de Guadalajara, ni siquiera a los ámbitos del Estado. El monstruo del Doctor Frankenstein había cobrado ya vida propia, levantándose de la mesa en la cual había sido creado, listo para entrar en acción.

De este modo, puntales para la fundación de la nueva universidad privada, la Universidad Autónoma de Occidente, lo fueron los juniors de algunas de las familias más conocidas -y más ultraconservadoras- de la ciudad de Guadalajara, entre las cuales destacan en lugar prominente la familia Cuesta Gallardo, la familia Garibay Gutiérrez, la familia Pérez Vizcaíno, la familia López Delgadillo, la familia Navarro Flores, y muy en especial la familia Leaño Álvarez del Castillo formada por el Ingeniero Nicolás Leaño Vélez y Juana Álvarez del Castillo cuyos megalómanos hijos ya maquinaban desde un principio grandes planes para engañar y manipular a los demás con el fin de no sólo amasar una enorme fortuna personal sino también un enorme poderío político sin tener que dar la cara o exponer el pellejo, todas estas familias con sus cerebros embotados con la mitología de “la gran conspiración judía masónica comunista”, con todos sus miembros al servicio incondicional de una causa tan enfermiza como la adoración que en privado y en semi-privado le manifestaban a la bestia apocalíptica que desde Alemania se preparaba para arrojar a su país y al mundo entero a la segunda gran guerra del siglo XX. A la causa del naciente fascismo encubierto de Guadalajara eventualmente se sumaron otros personajes igualmente nazi-fascistas de corte moderno tales como los Ruano y el bastardo Raymundo Guerrero Guerrero quien por fín encontró en los judíos y en los comunistas el chivo expiatorio ideal para descargar todo su odio, sus resentimientos y sus traumas que había acumulado a lo largo de su vida a causa de su bastardez. En el seno de todas estas familias siempre se comentó y se prestaron entre sí aquellos libros que hablaban de una “gran conspiración judía comunista”. Y se admiraba al naciente régimen Nazi que empezaba a ensombrecer a Europa, elevándolo a la categoría de “salvador”. Los jóvenes de estas familias, en su mayor parte pertenecientes a una clase social urbana acomodada, la misma clase social que desde la ciudad estuvo apoyando las operaciones militares emprendidas por los Cristeros en el campo, desde un principio contaron entre los simpatizantes de su lucha con el apoyo espiritual de aquél sacerdote de Guadalajara, el mismo que durante la Guerra Cristera promovió las actividades de la U y el concepto de una organización ultrasecreta operando dentro de una organización secreta, al cual con el paso del tiempo se le sumaría la ayuda de aquél sacerdote jesuita importado de Argentina de nombre Julio Meinvielle impulsor también de la teoría conspiratoria “judía masónica comunista” y de Los Protocolos de los Sabios de Sión. Con este coctel infernal se consolidó no sólo la primera universidad privada de México, sino que la “U” volvió de nuevo a la vida con sus mañas de siempre pero con caras nuevas, aunque en esta ocasión volvería para quedarse con un plan evolutivo a largo alcance para arrebatarle el poder a los “usurpadores”. O, puesto de otra manera, para apoderarse del poder en México, ya sea abiertamente o en forma encubierta. Cuando en los años cincuenta y sesenta se rumoraba acerca de la existencia de un grupo promovido por sectores católicos para infiltrar por al Partido Revolucionario Institucional y destruírlo por dentro; estos rumores tuvieron su origen precisamente en las actividades clandestinas que estaban siendo llevadas a cabo bajo una férrea secrecía por la sucesora de la “U” en la ciudad de Guadalajara. Y aunque la calamitosa caída del Nazismo alemán en 1944 seguramente trastocó cualquier plan que se podría haber forjado con los simpatizantes del Nazismo en México para la implantación de un “nuevo orden” aliado a un nuevo orden mundial bajo el liderazgo de Adolfo Hitler, los objetivos de los conspiradores de Jalisco para México jamás cambiaron en lo absoluto; estos continuaron siendo los mismos. Primero México, y después... ¿el mundo?, porque esta es la forma en la que opera la mente del paranoico que sufre delirios de persecusión. Mientras haya un sólo “enemigo” suelto por allí, el perturbado no se sentirá seguro y no dormirá tranquilo, y su lucha enfermiza no terminará hasta que acabe con todos sus supuestos “enemigos” o hasta que la muerte se encargue de darle la tranquilidad y reposo que le son imposibles de alcanzar en vida. Es por esto que, no habiendo transcurrido ni siquiera una década del suicidio de Hitler, empezaron a aparecer a la venta en México libros de corte abiertamente antisemita hablando acerca de “la gran conspiración judía masónica comunista”, mismos que empezaron circulando profusamente en Guadalajara y que eventualmente llegaron al resto de América Latina preparando el terreno para la fanatización extrema de millares de hispanoamericanos que jamás imaginaron que todos aquellos materiales procedían de una sede de operaciones cuyos propietarios se consideraban y se siguen considerando hasta el día de hoy los continuadores y los herederos de la lucha que Hitler dejó inconclusa.