jueves, 25 de septiembre de 2008

La "U" aparece en México

La Mala Simiente


Aunque algunos historiadores y analistas pudieran ser de la opinión de que el tema que nos ocupa aquí tiene sus orígenes en la Guerra Cristera (1927-1929) que se llevó a cabo en los Altos de Jalisco y en Colima, es necesario remontarnos no sólo varias décadas atrás sino inclusive fuera de México, primero a Europa y posteriormente a los Estados Unidos.

A principios del siglo XX, Rusia, gobernada rígidamente por una monarquía autocrática, tuvo la dudosa distinción de contar entre sus hijos a dos monjes nefastos cuyo paso por este mundo marcaría en buena medida muchos de los acontecimientos más dramáticos vividos en dicho siglo. La Rusia Zarista era gobernada por la dinastía de los Romanoff, renuente a adoptar cualquier modificación en su forma de gobierno que pudiera darle un poco de poder al pueblo ruso al cual gobernaba, para el cual la esperanza de poder tener una democracia parlamentaria como la que se gozaba en Inglaterra, Francia o Norteamérica parecía un sueño inalcanzable. Y aunque había algunos “alborotadores”, estos no representaban amenaza alguna para el régimen autoritario del Zar Nicolás II, el cual tenía a su servicio una policía secreta que no sólo era muy eficiente, sino quizá demasiado eficiente.

Nicolás II no había tenido problema alguno para ejercer un largo reinado dejándole la silla imperial a alguno de sus hijos, de no ser por un error garrafal que terminaría pagando con su propia vida junto con su esposa y sus hijos: el ingreso de Rusia a la Primera Guerra Mundial, una entrada que el Zar con su enorme poder autocrático pudo haber evitado, aunque no lo hizo. Al ingreso de Rusia a la Primera Guerra Mundial se sumó la catástrofe de que el Zar partiera hacia el frente de guerra dejando el poder en manos de su esposa la Zarina, la cual a su vez estaba completamente controlada por un monje tan disoluto como intrigante y corrupto, un personaje casi nunca mencionado en la literatura de la derecha ultra-radical, Rasputín (no-judío). La descomposición en la que entró el gobierno centralizado de Rusia y el caos económico y social en el que se fue hundiendo el país al estar metido en una guerra para la cual el país no estaba preparado comenzó a ser aprovechado oportunísticamente por aquellos “alborotadores” que, viendo la oportunidad que habían estado esperando, empezaron a movilizar a las masas descontentas con el fin de derrocar a los ineptos gobernantes de Rusia que estaban hundiendo al país. Es en medio de este caos que adquiere relevancia un documento extraño, dado a conocer a Rusia por vez primera por otro monje, un burócrata de nombre Serge Nilus. El documento hablaba acerca de un plan mundial para apoderarse del planeta, del cual supuestamente se atribuían como sus autores unos judíos de los cuales nadie supo nunca nada excepto que en el documento fueron bautizados como Los Sabios de Sión. Lo que nadie sabía en aquél entonces fué que el documento era un documento apócrifo, un fraude literario, seguramente forjado por agentes laborando al servicio de la policía secreta del Zar (hay historiadores ques sospechan que pudo haber sido elaborado por el mismo Serge Nilus) con el fin de desviar la atención rusa hacia un “enemigo común”, el “judío que se quiere apoderar de Rusia”, unificando al pueblo ruso en torno a su decadente monarquía, maniobra que a fin de cuentas no produjo los resultados esperados pero en cambio sí sembró las semillas para eventos colosales que habrían de ocurrir años después de que se colapasara la monarquía rusa por su propio peso.

El fraude literario, desde la fecha en la que apareció publicado en Rusia en 1905 por vez primera, tardaría 16 años en ser desenmascarado, tiempo precioso que fué aprovechado por gente con dobles intenciones para llevar a cabo la impresión de millares de copias de dicho documento traducido a otros idiomas, algunas de las cuales llegarían a los Estados Unidos, una de las cuales cayó en manos de un multimillonario industrial ultra-conservador norteamericano, Henry Ford, el cual temiendo que una revolución “judía comunista” en los Estados Unidos le pudiera quitar su empresa del mismo modo en el que creía que le había quitado el poder a los Zares en Rusia, decidió publicar su propia propaganda inspirándose plenamente en las “verdades” de aquél documento apócrifo. Fue así como este rico industrial, sin ser un historiador profesional e inclusive sin contar con título universitario alguno, con sus neuronas cerebrales imbecilizadas por el fraude literario que cambió su vida fundó su propio periódico, el Dearborn Independent, y se dedicó en cuerpo y alma a la tarea de reinterpretar toda la historia de su país en inclusive toda la historia de la humanidad a la luz de una “gran conspiración judía comunista”, el tema central del fraude literario que había caído en sus manos, culminando con la publicación de su obra “cumbre” El Judío Internacional, la cual junto con el documento Los Protocolos de los Sabios de Sión en sus ediciones alemanas sembraron las semillas del Nazismo en dicho país, preparando el terreno para el ascenso de Adolfo Hitler -quien también publicó su propio libro antisemita “Mi Lucha” (Mein Kampf) haciendo referencia clara y directa a Los Protocolos de los Sabios de Sión- al poder y el eventual estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Esta literatura desquiciante, apoyada en muletas de yeso, no sólo detonó en Europa una de sus peores tragedias. Traducida al Español, eventualmente hizo su arribo en México, en donde encontró un auditorio muy receptivo en la sociedad católica ultraconservadora del estado de Jalisco, especialmente la clase intelectual que habitaba en la ciudad de Guadalajara. Y llegó justo a tiempo para que al detonarse un serio conflicto entre las comunidades católicas y el gobierno federal los ultraconservadores comenzaran a reinterpretar lo que estaba sucediendo en torno suyo como una manifestación más de la grandiosa “conspiración judía”. El entorno de la Guerra Cristera junto con la propaganda llegada de fuera fué el caldo de cultivo para forjar a quienes con el paso del tiempo terminarían convirtiéndose a su vez en conspiradores en el más pleno sentido de la palabra, al grado de constituírse en una de las peores amenazas que ha enfrentado país alguno en Latinoamérica. Habrá quienes duden ésto último y que califiquen lo que hoy sucede como exageraciones. Pero recuérdese, y siempre recuérdese, que bastaron dos documentos apócrifos, Los Protocolos de los Sabios de Sión de origen desconocido y El Judío Internacional para allanar el ascenso al poder del Nazismo en Alemania, el cual terminaría ocasionando la muerte de millones de seres humanos que no tenían por qué haber muerto a causa de literatura apócrifa. Recuérdese también, y siempre recuérdese que...

¡El empresario ultraconservador Henry Ford, un hombre inculto cuya abismal falta de conocimientos era extrañamente compensada con una habilidad extraordinaria para hacer negocios, no tenía título universitario alguno cuando escribió su libelo antisemita El Judío Internacional, al igual que su discípulo predilecto en Alemania el cabo Adolfo Hitler que tampoco poseía educación formal alguna en nada y ni siquiera era un militar de carrera cuando escribió Mi Lucha! Y estos son los pilares máximos sobre los cuales descansa la ultraderecha mundial actual.


La Planificación de un Magnicidio


Ahora es tiempo de trasladarnos a los años veintes y situarnos en México, en el estado de Jalisco, en donde se está llevando a cabo una guerra cruenta entre dos bandos, uno de los cuales luchaba por sus derechos a la plena libertad religiosa a la que había estado acostumbrado, y el otro de los cuales se obstinaba tercamente en imponer a rajatabla un laicismo para el cual el país tras tres siglos de coloniaje español estaba mal preparado.

En la búsqueda de la verdad, nuestra labor investigativa nos lleva casi obligadamente a un artículo que apareció en la edición número 1512 de la revista Impacto. El artículo está puesto en las páginas 36 y 37 de dicha revista, del cual reproduciremos algunos párrafos relevantes con observaciones pertinentes en donde haya lugar para ello:

MISION CRISTERA:
ASESINAR A OBREGON
El Doctor Gutiérrez descorre velos que ocultaban hechos
Por: Víctor Ceja Reyes
Revista Impacto
21 de febrero de 1979

El hombre que recibió la encomienda de organizar un comando no mayor de diez hombres, que tendría como única finalidad la de abatir a balazos al general Álvaro Obregón, tres o cuatro días en Guadalajara antes que cayera exánime por el impacto de las balas de la pistola de León Toral, en San Angel, nació en Jalostotitlán, Jalisco, justamente en los Altos, el 27 de mayo de 1902.

Hizo sus estudios, como otros muchos que después se caracterizaron como cristeros, en el plantel dirigido por el insigne maestro tapatío José Paz Camacho, de quien ya hemos hablado aquí.

Cursaba el tercer año de medicina cuando estalló el conflicto, arrastrando a muchos hombres.

Allegado, como era, del licenciado Anacleto Flores, claro que tuvo que aceptar en el momento decisivo, la militancia rebelde, para enfrentarse con las armas en la mano a las fuerzas gobiernistas al grito de “¡Viva Cristo Rey!”.

Él mismo, señala que González Flores, inspirado en Windhorst, organizó la Unión Popular con disciplina de hierro. Había, dice, lugar allí para todos los católicos y éstos deberían tomar sus puestos; la tarea era organizarlos de tal modo que nada resistiera a su acción, y no valían ni el poder físico, ni los recursos de la riqueza, ni la deserción de las clases directoras, “ni las maquinaciones de los poderes extraños del país”.

En este último párrafo, aunque el Doctor José G. Gutiérrez no los menciona de nombre, casi podemos leer entre líneas a esos “poderes extraños al país” como los mismos a los que hacía referencia Henry Ford en su libro El Judío Internacional y Los Protocolos de los Sabios de Sión. Esto es algo característico de la ultraderecha actual, el uso de un doble lenguaje semisecreto, con el cual al hablar en público cada vez acerca de cosas como el marxismo, el comunismo, los movimientos liberales, la masonería, etc., en realidad están haciendo referencia a “la gran conspiración judía masónica comunista”, aunque se reservan esto como información privilegiada para ser compartida entre los “iluminados” que saben perfectamente a qué se está haciendo referencia.

Haremos aquí una breve pausa para aclararle al lector quién fué ese personaje Windhorst en el cual el Doctor Gutiérrez dice haberse inspirado para organizar Unión Popular. Se trata de Ludwig Windthorst:








Por principio de cuentas, Ludwig Windthorst no era un Nazi porque hasta el día en que murió el Nazismo no existía como tal en su país. Ni era un antisemita, como no tuvo tampoco pleito alguno con las fraternidades masónicas de Prusia (antecesora de Alemania), lo cual es importante habido el hecho de que los líderes de los Cristeros en Jalisco siempre culparon a la Masonería de México de querer “destruír por completo a la religión católica” en base a una supuesta complicidad de las logias masónicas con “la gran conspiración judía”. Y, mucho más importante, Ludwig Windthorst era un hombre abierto que jamás anduvo (hasta donde se sabe) fundando organizaciones secretas reforzadas con inquietantes juramentos de lealtad. A diferencia de sus admiradores católicos en México, Ludwig Windthorst nunca encabezó rebelión armada alguna en contra del Estado establecido, nunca promovió la fundación de sociedades clandestinas para conspirar y maquinar maldades, y mucho menos tuvo cosa alguna que ver con la planificación y ejecución de asesinatos políticos. En cierta forma, el católico alemán Ludwig Windthorst era la antitesis de los más radicales sublevados católicos en la región de Jalisco, era un hombre con quien se podía debatir y tratar de llegar a un entendimiento sin que ello implicara la pérdida de vidas humanas. Era un verdadero católico.

La batalla conocida como Kulturkampf (combate cultural) en la que estuvo inmerso Ludwig Windthorst, líder del Partido del Centro (Zentrumspartei) no tuvo absolutamente nada que ver con cosa alguna relacionada con “la gran conspiración judía masónica comunista”, sino más bien representó una colisión entre la minoría católica alemana encabezada por Windthorst y la facción opuesta encabezada por Otto von Bismarck (el cual ciertamente no era masón y mucho menos judío) que veía a los católicos fieles a una autoridad externa (la del Papa de Roma) como un estorbo para la unidad de la Alemania gobernada por una mayoría protestante y para la cual los intereses del Estado estaban por sobre encima de todo. Interesantemente, en esta “guerra” encabezada por Bismarck se aprobaron leyes muy similares a las que detonaron en México la Guerra Cristera, leyes tales como:

1) El “párrafo de la cátedra” que estipulaba penas de cárcel para los predicadores católicos que se atrevieran a criticar el Estado.

2) La “Ley del 11 de marzo de 1872” (conocida como la “ley de la inspección escolar”) que establecía un control de las escuelas incluyendo las escuelas católicas por parte del Estado.

3) La expulsión de los sacerdotes jesuitas de Alemania ordenada el 4 de julio de 1872.

4) Las “leyes de mayo” de 1873 con las cuales se controlaba la formación y el nombramiento del clero.

5) La institución del matrimonio civil por encima del matrimonio eclesiástico, que pasó a ser obligatorio el 6 de febrero de 1875. (Previamente, en México, Benito Juárez adelantándose a los legisladores alemanes por casi dos décadas, ya había instituído en julio de 1859 el matrimonio civil, cosa que hasta la fecha no le han perdonado los grupos ultra-conservadores de México.

Irónicamente, el exacerbado antisemitismo alemán que precedió a los Nazis no era algo propio de los católicos alemanes a quienes Windhorst representaba, sino de los protestantes con quienes combatía retóricamente, consecuencia directa del feroz antisemitismo que desde un principio le infundió Martín Lutero al Protestantismo.

Con la Constitución de Querétaro de 1917 impulsada por el Presidente Venustiano Carranza se consolidaron reformas civiles muy parecidas a las que se llevaron a cabo a iniciativa de Otto von Bismarck en el Kulturkampf (la muy propalada leyenda ultraderechística de que el Presidente Carranza era un masón no ha podido ser confirmada hasta la fecha por Spectator después de una búsqueda exhaustiva; pero ciertamente no era un judío). Pero a diferencia de lo sucedido en Alemania, en México los intentos de hacer efectiva la ley resultaron poco menos que catastróficos. El Presidente Carranza ya no tuvo tiempo de hacer valer en Jalisco la Constitución de 1917 porque fue asesinado tres años después en Tlaxcaltongo, el 21 de mayo de 1920, siendo sucedido por el católico Adolfo de la Huerta (1881-1955), el cual tenía otros problemas de índole política más importantes que hacer valer la Constitución Mexicana tal y como estaba redactada. Su sucesor, Álvaro Obregón, también se abstuvo en su primer período como Presidente de aplicar al pie de la letra lo que ordenaba la Constitución en materia de culto religioso, temeroso de las consecuencias que tal cosa le pudiera acarrear entre los grupos más conservadores de México. Y en su segundo período de gobierno, al ordenar la aplicación íntegra del texto de la Constitución, Álvaro Obregón terminaría pagando con su vida su atrevimiento al tratar de hacer efectivo el texto escrito de la Constitución.

Continuemos con la lectura del artículo:

La plática con el periodista tiene lugar en la sala de la casa donde vive el doctor Gutiérrez, autor por cierto del libro “Mis recuerdos de la guerra cristera”, en tres tomos, que es muy difícil de conseguir.

Es un hombre delgado, moreno, que ahora luce un bigote cano y dá la impresión de cultivar el nerviosismo, cosa en realidad inexistente, porque el valor de este hombre quedó probado a lo largo de su actuación como cristero activo, con las armas en la mano.

Aquí haremos otro paréntesis.

El nerviosismo que el periodista Víctor Ceja Reyes detectó en el Doctor Gutiérrez no era un nerviosismo gratuito. Este ex-combatiente Cristero, por el papel que desempeñó en una terrible organización secreta de la cual el mismo artículo dá algunos detalles que veremos posteriormente, era un hombre que tenía que estar midiendo todas y cada una de sus palabras con sumo cuidado para que no se le fuera a escapar más información de la cuenta. Sabía que, si hablaba de más, aunque fuese un poco, cualquier indiscreción que cometiera con el periodista así fuese involuntaria podía terminar costándole su propia vida, sabía de sobre de lo que eran capaces aquellas personas con las cuales había forjado una alianza de la que sólo la muerte lo podía liberar. Tómese en cuenta que la entrevista que se llevó a cabo tuvo lugar medio siglo después de haber terminado la Guerra Cristera. Y aún así estaba amordazado por el terrible juramento de lealtad que había tomado. Ni siquiera dejó un documento para ser publicado después de su fallecimiento en donde revelase todos los detalles acerca de esa organización secreta, seguramente para proteger a sus familiares de una represalia que la gente desequilibrada con la que había formado un pacto no vacilaría en tomar.

Continuemos con la lectura del artículo:

Una de las primeras misiones que tuvo que cumplir José G. Gutiérrez, nuestro personaje, fue la compra y traslado de pertrechos de guerra, acompañado de jóvenes acejotaemeros, es decir, pertenecientes a la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos (ACJM), respaldados por grupos de mujeres de todas las edades y condiciones sociales, todavía, entonces sin verdadera organización.

Descorre velos

Su versión es importante, porque descorre velos de hechos que han permanecido en la sombra hasta ahora.

...Gutiérrez, quien comandó al grupo de suicidas que iba a matar a Obregón, antes que lo hiciera León Toral, porque constituyen importante revelación, primero y segundo, para que se vea la destacada actuación del hoy doctor José G. Gutiérrez.

Ahora sí podemos hablar un poco más a fondo sobre el tema central del artículo. Lo que iban a cometer el entonces estudiante de medicina José G. Gutiérrez y otros diez acompañantes suyos juramentados en la secrecía no era poca cosa; era ni más ni menos un asesinato político. Y no se trataba de cualquier persona, se trataba del Presidente de la República, el General Álvaro Obregón,. Lo que iban a cometer... ¡en nombre de Cristo!... era un magnicidio, en toda la extensión de la palabra. Un magnicidio como el que segara la vida de Luis Donaldo Colosio, como el que segara la vida del Presidente John F. Kennedy, y como el que segara la vida del Presidente egipcio Anwar El-Sadat. Justificado por los perpetradores (¡claro está!) sobre bases religiosas, al igual que como hoy lo hacen los terroristas musulmantes invocando el Corán y las enseñanzas de Mahoma para derribar edificios repletos de gente y dinamitar inclusive mezquitas en Irak repletas de gente que está orando al Ser Supremo. El artículo deja muy en claro, con grandes titulares, que LOS CONJURADOS SABIAN QUE IBAN A MORIR AL REALIZAR SU TRABAJO. Era, en efecto, una misión suicida, al igual que las misiones suicidas de hoy en día cometidas por fundamentalistas que están convencidos de que después de haber cometido una carnicería matándose en el acto serán recibidos por la puerta grande en el paraíso celestial. Mismas acciones, mismas justificaciones.

Continuemos con la lectura del artículo:

Las condiciones que firmaron las Brigadas, establecían lo siguiente: las Brigadas reconocían a la Liga en el terreno cívico, político y militar como único superior sometiéndose a la misma, salvo los derechos especificados más adelante; las Brigadas harían suyo el programa integral de la Liga y se obligaban a secundar la acción que esta desarrollara para obtener sus objetivos; aceptarían un inspector fijo, nombrado por la Liga, que sería el intermediario único para transmitir órdenes de la Liga a las Brigadas, órdenes que serían actadas únicamente con dos condiciones: a) que fueran comunicadas por escrito y b) que fueran dirigidas a la jefatura general de las Brigadas o al director general de las mismas; mensualmente informarían de todas sus actividades y estado de caja; previo el pago correspondiente, presentarían también el de sus servicios directamente a la Liga, con exclusión de propaganda escrita, fueran boletines de guerra, hojas, volantes, etc.; se comprometían a respetar las cuotas de la Liga y los elementos con que la misma contaba, sin quitar ni dañar los servicios de la Liga.

Obsérvese la insistencia en una obediencia ciega. La capacidad de libre albedrío le era removida a los militantes que ingresaban a la Liga, dejaban de tener vida propia. Por otra parte, destaca la costumbre de estar requiriendo periódicamente un informe detallado de todas las actividades así como de los servicios hechos para la Liga, lo cual convertía a todos los “soldados” en un eficientísimo servicio de infiltración y espionaje. Esta práctica le ha de haber gustado mucho a los creadores de la Liga y a sus sucesores, porque es lo mismo que se practica hoy en día en las organizaciones ultrasecretas de la extrema derecha mexicana.

Continuemos con la lectura del artículo:

Firmaron el documento que, insistimos hasta ahora puede conocerse, pues en su tiempo fue ultrasecreto al que tuvieron acceso sólo destacados personajes como el hoy doctor Gutiérrez, por el Comité de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa: P. Villa; por las Brigadas, el director general León González y el jefe general G. Gómez.

Todos estos nombres son nombres falsos, son seudónimos, adoptados por gente que creía que la “gran conspiración judía” se estaba llevando a cabo por vastos ejércitos de judíos camuflajeados bajo nombres falsos. Y si el supuesto “enemigo” lo hacía, ¿por qué no también ellos?

Continuemos con la lectura del artículo:

Detrás de esos nombres, el verdadero, por supuesto no se reveló en aquél entonces, y aún ahora cuesta trabajo identificar con precisión a los firmantes.

Repetimos que se ha incluído este documento que se desprendió de la plática con el Doctor Gutiérrez, por considerarlo valioso, destacando de paso su importancia personal en el movimiento cristero y por qué razón fue designado como jefe del comando para la delicada y peligrosa comisión de abatir al general Obregón en Guadalajara.

Si aún cuesta trabajo identificar con precisión a los firmantes de aquél documento aún décadas después de haber terminado el conflicto que dió lugar a dicho documento, es precisamente por los duros pactos de secrecía que seguía y aún siguen vigentes. Por otro lado, el magnicidio se iba a cometer en la ciudad de Guadalajara precisamente porque allí estaba centralizado no sólo el centro de la conjura sino que el centro motor de la rebelión Cristera que se estaba extendiendo hacia el resto del país. En esa ciudad era en donde los alzados contaban con el mayor apoyo de parte de la sociedad para llevar a cabo el magnicidio. Si había alguna esperanza para los conjurados de poder escapar con vida después de haberse cometido el crimen, era precisamente en la ciudad de Guadalajara. Y lo mismo sigue siendo cierto hoy en día. La ciudad de Guadalajara fue y sigue siendo el centro motor de la ultraderecha de México y muy posiblemente de toda América Latina.

Continuemos con la lectura del artículo:

El 9 de septiembre de 1927, el general jefe de la División Cristera del Sur, Jesús Degollado le entregó al todavía estudiante de medicina José Gutiérrez Gutiérrez, el siguiente documento:

“Esta jefatura de operaciones a mi cargo ha tenido a bien otorgarle el grado de mayor médico del Ejército Nacional de Libertad”; fue firmado en Zacatecas, Jalisco, en la fecha indicada.

A partir de ese momento y con el grado de mayor, José Gutiérrez Gutiérrez, tuvo rango militar, de allí que tuviera que cumplir las órdenes que se le dieran para desempeñar cualquier comisión; era tácitamente un soldado (quizá una palabra más correcta para describirlo sería miliciano.)

Narra también al periodista cómo el 24 de septiembre de 1927, el padre Z. Pérez (tenemos datos para indicar que se trataba de Ramón Pérez), después de breve conversación a solas con el general Degollado, lo llamó y lo invitó a pertenecer a una organización denominada “Unión de Católicos Mexicanos”, para la que para abreviar, sus miembros llamaban secretamente la “U”.

Hemos llegado al punto neurálgico del artículo. La organización “U” a la que se hace mención no era una organización como la Liga que ya de por sí también era una organización secreta. Estamos hablando de otra organización todavía más secreta, una organización ultrasecreta operando dentro de otra organización secreta, de la cual la gran mayoría de los integrantes de la Liga ni siquiera tenía conocimiento y de la cual mucho menos conocían dato alguno los integrantes y líderes de la Liga. Este concepto de una organización secreta bajo vigilancia, observación y control de una organización más secreta aún que la está controlando desde las tinieblas es un concepto que sigue siendo válido hasta nuestros días. Esto explica muchas cosas que están sucediendo y que ignoran quienes militan dentro de la Organización Nacional del Yunque. Esto explica también muchas cosas de las que inclusive los mismos “Tecos” de base de la Universidad Autónoma de Guadalajara tampoco están enterados, los cuales no saben que ellos también están siendo espiados y vigilados de cerca. Esta es la razón por la cual las sociedades secretas de la ultraderecha mexicana representan un grave peligro para la seguridad nacional no sólo de México sino de toda America Latina.

El nombre completo del tal “Ramón Pérez” mencionado arriba era Ramón Pérez Biramontes (1900-1986), el cual se ordenó como sacerdote a los 21 años de edad. A continuación tenemos la imagen de él tal y como la reproduce el artículo aparecido en la revista Impacto:






Como posiblemente esta imagen no satisfaga a muchos, Spectator adjuntará otra fotografía del Sacerdote Ramón Pérez:




Continuemos con la lectura del artículo:

-Acepté gustoso pertenecer a ella y el propio P. Pérez, el general Degollado y el teniente coronel Miguel Rodríguez, me llevaron a un lugar apartado, en la espesura del monte y puso el padre un crucifijo en mi mano izquierda, colocó mi diestra sobre el libro de los evangelios y me pidió que jurara guardar el secreto de la organización, así como todo lo que en ella se acordara y llegara a ser de mi conocimiento.

Aclara que no se trataba de una organización secreta y tenebrosa tipo masonería (¿?), sino simplemente “la aglomeración de un conjunto de católicos que desde un principio de la lucha, en la etapa de defensa pasiva, se había organizado en esa forma para neutralizar con menos peligro de perder vidas, los zarpazos de la bestia que nos tiranizaba”.

Se detiene un momento y luego afirma:

-Ahora hablo de la “U” porque cuando tuvimos que deponer las armas, no obligados por el enemigo que jamás pudo dominarnos, sino por las órdenes de las autoridades eclesiásticas, se hizo del dominio público la existencia de esta organización que desapareció en cuanto se dió fin a la lucha armada.

Este fue pues el hombre.

Tal es el hombre que recibió la comisión de matar a Obregón en Guadalajara, en el banquete que se le ofrecería, antes que prosiguiera su viaje hacia la ciudad de México.

Lo principal para los integrantes del comando jefaturado por José G. Gutiérrez, era precisamente dónde se llevaría a cabo la acción suicida, pues hubo discrepancia de opiniones:

-El día que se me dió el encargo (de cometer el magnicidio), quedó integrado el grupo y por la noche tuvimos la primera reunión para recibir las armas, un magnífico lote de diez pistolas automáticas, mitad 45 y mitad 38 dotadas de suficiente parque y cargadores. Discutimos después cuál sitio sería el más apropiado para dar la bienvenida a Obregón. Alguno propuso que fuera en la estación de ferrocarril, a la bajada del tren; otro sostuvo que para darle al hecho mayor significación, debíamos hacerlo ante todo el público, en alguna de las principales avenidas del centro de la ciudad; otro sostenía que fuera en El Paradero (Club Atlas) a la hora del banquete y esta última fue la que al fin se aprobó. Yo estaba por la segunda o sea por la de actuar en plena calle porque podíamos tener mejor oportunidad de defendernos.

Como se recuerda, Obregón venía de Sonora en el ferrocarril del Sudpacífico y debía asistir a un banquete en Guadalajara.

El Presidente de México a fin de cuentas no fué asesinado por el comando suicida a cargo del Doctor José G. Gutiérrez, pero ello no fué por falta de ganas o disposición, sino porque otro del cual ni siquiera estaban enterados se les adelantó en la obra: León Toral.

Obsérvese la ceremonia secreta de iniciación a la “U” con fuertes connotaciones religiosas llevada a cabo por “Ramón Pérez”, o mejor dicho, el Padre Ramón Pérez Biramontes. Esta es la misma metodología utilizada para inducir actualmente a centenares de jóvenes dentro de los Tecos de la Universidad Autónoma de Guadalajara y de la Organización Nacional del Yunque. La afirmación de que no se trataba de una organización secreta y tenebrosa puede ser algo sujeto a debate, habido el hecho de que una de las acciones a ser cometidas era precisamente el asesinato de un Presidente a sabiendas de que tal magnicidio podía desencadenar una respuesta dura de las tropas federales hacia los Cristeros multiplicando enormemente el baño de sangre que estaba causando ya una baja considerable en ambas partes. Y ésto tan solo una parte ínfima de lo que hoy se sabe que fué forjado en el caldero de la “U”. Existen muchos capítulos extraños de la Guerra Cristera que permanecen sin ser aclarados, en los cuales hay la fuerte sospecha de que la mano siniestra de la “U” pudiera haber estado metida. Como la “U” no guardaba registros de sus actividades, e inclusive su propia existencia era desconocida por la mayoría de los Cristeros que formaban parte de la Liga, no es posible cuantificar la cantidad de asesinatos que se hayan cometido a instancias suyas. Pero de su existencia y su forma de operar hoy no queda absolutamente duda alguna.

Se debe remarcar aquí que ninguna de las actividades secretas de la U estuvo autorizada jamás por el Vaticano. No existe ningún documento de la Santa Sede en Roma que haya dado su autorización expresa ni al sacerdote Ramón Pérez Biramontes ni a nadie para la formación y operación de esta sociedad ultrasecreta, y mucho menos para la creación de una ceremonia de iniciación utilizando el nombre de Cristo y la Biblia para inducir a nuevos miembros dentro de la U.

En su libro “Mis recuerdos de la guerra cristera”, el Doctor Gutiérrez, fiel hasta la muerte al terrible juramento de lealtad con el cual fué ingresado a la “U”, se abstuvo de dar detalles sobre quiénes pertenecían a dicha organización terriblemente secreta. Sin embargo, hubo otro personaje, también estudiante de medicina en aquellos tiempos, con el cual por sus “lazos de sangre”, su catolicismo ultra-conservador y su firme creencia en Los Protocolos de los Sabios de Sión, el Doctor José G. Gutiérrez ciertamente habrá tenido estrecho contacto y relaciones. Se trata del Doctor Luis Garibay Gutiérrez, uno de los Rectores vitalicios de la Universidad Autónoma de Guadalajara bajo el cual la UAG creció y se consolidó en la ciudad universitaria que hoy es en la actualidad, un personaje en la mejor disposición para adoptar todo, absolutamente todo lo que se había cultivado en aquella siniestra organización conocida como la “U” y cuyos miembros se resistían a verla morir inclusive en desafío a los deseos de la Iglesia Católica de la cual se proclamaban leales devotos, precisamente el primero de los “rectores vitalicios” de la UAG. Además del Doctor Luis Garibay Gutiérrez, hubo también otro médico con el cual el Doctor José G. Gutiérrez seguramente tuvo estrechos contactos. Se trata del Doctor Ángel Leaño Álvarez del Castillo, otro de los fundadores de la Universidad Autónoma de Guadalajara, el cual trabajó pacientemente al lado del Doctor Luis Garibay Gutiérrez no sólo en la edificación de la Universidad Autónoma de Guadalajara sino también en la construcción de una terrible sociedad secreta de corte filo-Nazi inspirada en las mismas técnicas y tácticas de secrecía que habían dado origen a la “U”, antes de que la familia Leaño Álvarez del Castillo terminara apoderándose de todo el imperio -tanto el público como el clandestino- usurpándoles a otros el fruto de sus sacrificios y sus arduos trabajos.

A través de los pocos testimonios que se tienen y de la poca documentación que hay disponible al respecto, todo señala que la “U” nació en los años veintes al fragor de la Guerra Cristera, y que nació en la región del Bajío conformada por el estado de Colima, el ultraconservador Estado de Jalisco, y el Estado de Guanajuato cuna del Sinarquismo prohijado por el radical antisemita Salvador Abascal (ambos son Estados vecinos), “copiándole” a las fraternidades de la Masonería lo que suponían (en base a las leyendas negras propaladas por imaginativos fundamentalistas católicos que jamás en su vida habían puesto un pie dentro de alguna logia masónica) que eran las tácticas de una lucha secreta masónica en contra de la Iglesia Católica, empezando por el juramento de lealtad eterna revestido de simbolismos religiosos, acompañado por el uso obligatorio de seudónimos (en la Masonería ninguno de sus adherentes esconde su nombre detrás de seudónimos).

El sicoanalista y sociólogo jalisciense Doctor Fernando Manuel González autor de los libros Matar y morir por Cristo Rey: Aspectos de la Cristiada editado por la UNAM y por la editorial Plaza y Valdés en enero del 2001, y La Guerra de las Memorias, tiene expuesta en la presentación del primer libro lo siguiente:

¿Cómo es que un asesinato puede convertirse en un acto heroico, y, específicamente, en un martirio? La problemática que está en juego y la justificación ética que se dan los actores involucrados es uno de los puntos más destacados de este libro, que nos muestra de qué manera la cultura católica de las sociedades secretas y clandestinas en la tercera década del siglo XX en México va a afectar la concepción misma de la lucha armada y el desarrollo del conflicto político- religioso conocido como Guerra Cristera (1926-1929).

Por otra parte, el libro sigue el proceso de la jerarquía católica de entonces en su fluctuación desde el estímulo inicial más o menos activo hasta el rechazo de su responsabilidad en el conflicto armado, lo que sin embargo no le impide administrar la sangre de los alzados y de sus rivales y, ochenta años después, poner en marcha una operación de fabricación de santos de la cristiada. Basándose en una sólida documentación , el libro aporta elementos para configurar una interpretación de lo que pudo haber sucedido con algunos actores eclesiásticos, a la vez que reconstruye, en parte, los sinuosos caminos de una leyenda eclesiástica llena de tergiversaciones, transposiciones, omisiones y alusiones.

El mismo Doctor González atribuye la fundación de la “U” al sacerdote Luis María Martínez Rodríguez quien sería ungido en 1936 como Arzobispo Primado de México y al Cristero Alberto Abascal (un personaje enigmático y poco estudiado que ha eludido al estudio de varios de los mejores historiadores de México, el padre de Salvador Abascal que fundaría la Unión Nacional Sinarquista), agregando también que un miembro destacado de la “U” fue Mauro González, el padre de Efraín González Luna quien sería tiempo después un integrante del equipo de los fundadores del Partido Acción Nacional. Dado el carácter centrado del Obispo Luis María Martínez, no se antoja muy probable que él haya tenido mucho que ver en la creación de la “U”, si es que acaso haya tenido algo que ver. (Sin embargo, no hay que dejarse llevar por las apariencias, ya que detrás de la fachada más bondadosa se puede ocultar una persona sin impedimento moral para destruír vidas inocentes abusando de su posición privilegiada y de la confianza que la sociedad en general ha depositado ingenuamente en dicha persona, del mismo modo que muchos suponen erróneamente que detrás del rostro amigable del Rector de una institución educativa privada no puede haber secretos terribles relacionados con una conjura para la conquista de las redes del poder político.) En cambio Alberto Abascal se antoja como un candidato ideal para haber echado a andar por lo menos en Guanajuato la filial de la ultrasecreta organización que estaba operando en Guadalajara. Sin embargo, el papel crucial desempeñado por el Sacerdote Ramón Pérez Biramontes en las operaciones de la “U” desde sus inicios es algo que está fuera de toda duda dados los testimonios que apuntan hacia él, incluídos los testimonios de prominentes Cristeros que se han atrevido a romper veladamente y en forma parcial el terrible secreto bajo el cual fueron juramentados.

La primera ceremonia de iniciación de la “U” así como los nombres del primer oficiante y del primer iniciado quedarán como uno de los grandes misterios de la Historia de México, al no haberse levantado un “acta constitutiva” para evitar dejar rastro alguno de lo que a fin de cuentas era una organización clandestina creada con intenciones criminales en mente que eran justificadas “en defensa de la fé”. Pero quienesquiera que hayan sido los primeros en fundar semejante locura posiblemente no tenían ni la más remota idea de lo que estaban desencadenando, al igual que el monje ruso Serge Nilus cuando presentó al mundo el documento apócrifo Los Protocolos de los Sabios de Sión dándolo como cierto.